Todos conocemos la película de La lista de Schindler del héroe Oskar Schindler y las historias de los grandes salvadores del Holocausto; todos ellos se resistieron al bando del horror mientras arriesgaban lo que eran y tenían. Lo verdaderamente apasionante de estas historias de solidaridad y coraje es descubrir y conocer los caminos que recorrieron cada uno de estos héroes y las nobles acciones que llevaron a cabo.
El 31 de enero de 1910, nació Giorgio Perlasca, mercader italiano que se encontraba en Hungría cuando estalló la Segunda Guerra Mundial. Tras ver los horrores de la guerra, Perlasca arriesgó su vida tras autoproclamarse cónsul de España en Budapest para salvarle la vida a 5 000 judíos y proporcionarles documentos falsos que los identificaban como españoles.
Giorgio Perlasca y la Guerra Civil Española
Giorgio Perlasca nació el 31 de enero de 1910 en Como, al norte de Italia. En la década de 1920, Perlasca, como muchos otros jóvenes italianos, se vio arrastrado por el movimiento fascista de Mussolini. Como consecuencia, en la década de 1930 se presentó como voluntario para servir en el ejército italiano en dos campañas: la invasión italiana de Etiopía en la guerra de Abisinia (1935-1936), y la guerra civil española (1936-1939), luchando en el bando nacional, el de, luego dictador, Francisco Franco. Como forma de gratitud por su servicio en España, recibió un salvoconducto para las misiones diplomáticas españolas por parte de Francisco Franco. Finalizado el conflicto regresó a Italia donde le sorprendió la alianza entre Mussolini y Hitler, que hizo que abandonase el fascismo y marcó un antes y después en su mentalidad, que cambió su vida.
Segunda Guerra Mundial
En 1940, trabajaba para una empresa de importación de carne en Italia. Perlasca se encontraba en Budapest en septiembre de 1943 para unas gestiones comerciales, cuando el 8 de octubre el general estadounidense, Dwight Eisenhower, anuncia la rendición incondicional de Italia y firma un armisticio con las potencias Aliadas (Reino Unido, Francia y la Unión Soviética). Las fuerzas alemanas en Hungría ordenaron a todos los italianos que regresaran a casa, pero, según el sitio web de la Jewish Foundation for the Righteous, “Perlasca se negó a ir a un Estado títere italiano gobernado por los alemanes”.
En octubre de 1944 comenzó la persecución sistemática, la violencia y la deportación de ciudadanos de religión judía. Perlasca consiguió escapar a los controles de los diplomáticos comprometidos y huyó. Primero se escondió con conocidos y luego encontró refugio en la embajada española gracias al salvoconducto que le había proporcionado por Francisco Franco.
Al poco tiempo comenzó a colaborar con las acciones de rescate de judíos que ejecutaba Ángel Sanz Briz, el Cónsul al mando de la legación, hasta que este se vio obligado a abandonar Hungría a finales de 1944, para no reconocer al nuevo gobierno pronazi de Ferenc Szalasi. De hecho, al enterarse de que el embajador había desaparecido, la Cruz Flechada húngara, afiliada a los nazis, se abalanzó sobre esos judíos casi de la noche a la mañana y Perlasca, en un momento de coraje y valor, se presentó como sustituto de Brinz y mantuvo la embajada española casi en solitario, lo que permitió salvar a 5 218 judíos.
Por increíble que parezca, Perlasca se enfrentó directamente a las tropas que asaltaban un piso franco y les dijo que estaban cometiendo un grave error; que el embajador no se había ido, sino que simplemente había ido a Berna para facilitar las comunicaciones con Madrid y que pagarían un infierno por violar sus acuerdos nacionales. No contento con un farol tan pequeño, Perlasca fue un paso más allá, insistiendo en que el embajador había dejado órdenes escritas que le situaban como sustituto directo del embajador durante su ausencia.
Perlasca, cónsul de España
Se autonombró cónsul de España y en un papel con membrete oficial redactó su designación como como representante diplomático español y lo presentó al Ministerio de Asuntos Exteriores del gobierno de Franco. Así comenzaron los 45 días en los que Perlasca, mediante negociaciones diarias con el gobierno húngaro y las autoridades alemanas de ocupación, consiguió proteger y alimentar a miles de judíos y, al igual que Raoul Wallenberg, negoció con los nazis para bajar de los trenes a la mayor cantidad de condenados a muerte que se dirigían a los campos de exterminio.
Llegaba a estas estaciones en su vehículo diplomático oficial marcado con banderas españolas para no ser detenido y sacaba a hombres, mujeres y niños de la cola y les expedía papeles españoles en el acto, o bien afirmaba que eran ciudadanos españoles protegidos. Los metía a toda prisa en su coche ante el desconcierto y la sorpresa de los guardias alemanes y los alejaba a toda velocidad de una muerte segura.
A pesar de todas sus acciones, el acto más heroico que llevó a cabo Perlasca fue impedir el bombardeo planificado por los nazis de un gueto judío en el que había más de 60 000 personas. Consternado por la barbarie de semejante acto, Perlasca exigió una audiencia inmediata con el ministro del Interior húngaro, Gábor Vajna, en el que le amenazaba con una serie de represalias económicas y políticas si permitía que se llevara a cabo dicho acto. Gracias a Perlasca, esto nunca llegó a cometerse.
Justo entre las Naciones
La Organización de las Naciones Unidas en Asamblea General del 1 de noviembre de 2005 decidió declarar cada 27 de enero “Día Internacional de Conmemoración en Memoria de las Víctimas del Holocausto” porque ese día en 1945, los soldados soviéticos liberaron a las personas que permanecían en el campo de concentración nazi de Auschwitz-Birkenau, Polonia. En 1953, el “Knesset”, Parlamento israelí, creó el título de “Justo entre las Naciones”. Dicha distinción comenzó a otorgarse desde 1963 por medio del “Yad Vashem”, institución creada para honrar a los héroes del Holocausto, que durante y después de la Segunda Guerra Mundial arriesgaron su vida de manera altruista por salvar, auxiliar y defender a los judíos refugiados. En 1989, el Estado de Israel le otorgó el título de “Justo entre las Naciones” al italiano Giorgio Perlasca (1910-1992),
Las acciones de Perlasca, sin embargo, no se dieron a conocer a nivel internacional hasta el año 1989, cuando un comité de supervivientes le descubrió en Padua, instando al Parlamento de Hungría a concederle la Medalla de Oro. Su historia llegó a todos los rincones de Europa y quedarían para la posteridad en el libro La banalidad del bien, en el que narra cómo sus actos fueron honestos y sin vaciles: “Tuve la oportunidad de ayudar, y lo hice, cualquiera en mi situación lo habría hecho” cuenta en el libro.