Hay una escena de la serie Borgen en la que alguien dice que en Bruselas “nadie te escuchará gritar”. Se ve lejos la capital belga, no tanto geográficamente como políticamente, pero es llamativo que, en esa lucha por acercar la UE a la gente acabe siendo la política española la que aterrice en esta gris ciudad. Primero con Carles Puigdemont, ahora con una amnistía negociada desde el barrio europeo y en el horizonte con unas elecciones europeas que serán la primera gran parada de la legislatura; la primera prueba -con permiso de los comicios en Euskadi y Galicia- para ver la salud (política, eso sí) de PSOE y PP.
Ironías de la vida, hay interaíles menos interesantes que el que tendrá que manejar el Gobierno de Sánchez en los próximos meses. Ginebra -verificador mediante-, Waterloo, y en junio… de nuevo Bruselas. Todos se juegan algo en unas elecciones europeas que son las más importantes de la Historia reciente de la Unión, sobre todo después de una legislatura que se estudiará en los libros por convulsa, exigente, incluso novedosa si se quiere. Sánchez tiene la sartén por el mango, pero quizá sea Feijóo el que termine por saborear el menú.
¿Por qué? Porque ya desde ahora da la sensación de que el debate se dará en clave nacional, como si la Unión Europea importase pero solo de refilón. El PSOE buscará engrandecer la figura del presidente como líder internacional respetable; alguien que, por momentos, ha sido capaz de poner a España un escalón por encima del que estábamos acostumbrados entre los 27. La amnistía importará poco en ese relato de fiabilidad europeísta que querrán construir desde Ferraz.
En Génova tienen otros planes. El mantra fundamental de su campaña, y ya lo vienen avisando, será la defensa del Estado de Derecho. La amnistía “es un tema europeo” repiten desde el PP, y sobre esa base querrá reforzarse Feijóo en medio de una ola que le beneficia en casi toda la UE. Los conservadores están recuperando fuerza electoral, y las historias escritas en Suecia, Finlandia o Polonia le enseñan el tipo de letra que tiene que utilizar. Ganó el 23-J, sí; no gobierna, también. Pero ve las europeas como una oportunidad de mostrar fortaleza política a la vez que confía en el desgaste de Sánchez. Quizá un líder tan acostumbrado hasta ahora a las mayorías absolutas esté entendiendo que el 9-J es su última oportunidad. El manual de resistencia en versión PP.
Y mientras, el riesgo de siempre (que no se da solo en España, claro): que cuando se vota sobre el futuro de la UE no se hable sobre el futuro de la UE. Tras cinco años de turbulencias el avión en forma de bloque comunitario ha aterrizado de pie. Ha aumentado el foco sobre la Unión, pero también la exigencia. Bruselas puede ser parada -como parece que será para la política española- o destino soñado. Puede ser caja de excusas o referencia. Dependiendo a quién preguntes, la UE es el origen de todos los problemas o la lámpara maravillosa que da soluciones mágicas. Y ni tanto ni tan calvo. Por eso, aunque se ve venir, no es lo ideal darle tintes de cuentas nacionales a unos comicios que van bastante más allá. Por mucho que ya se haya hecho antes no quiere decir que bien hecho esté.